Era tarde y el cielo se había cansado de alumbrar. Estaba en su cama tratando de cerrar los ojos para dormir, pero el calor de la noche no se lo permitía. Sacó el cubrecama y logró dormirse por un rato bajo delgadas sabanas blancas. Sin embargo, volvió a despertar por la temperatura agobiante que lo apremiaba y arrojó las sabanas que lo cubrían hacia la ventana que ya se encontraba abierta de par en par. Pasaron minutos y el ambiente se tornaba anaranjado. El sudor lo ostigaba y el cuarto ya no tenía aire. No aguantó: En un instante de repulsión, tomó su piel, y la arrancó de una sola vez. El cambio fue notable y por un momento pudo sentir algo de brisa en el obscuro dormitorio. Pero no lograba aliviar. Y así, sabiendo de los positivos resultados, sigió con la musculatura, sus organos, su pelo, sus dientes, se sacó todo lo que lo cubría y cuando arrojó su cerebro, y en él su mente, pudo sentir un frio reconfortante, paz y así se durmió por siempre.
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