septiembre 24, 2011

No han sido tiempos fáciles. Creo que he gastado un porcentaje importante de la paciencia de mis propios amigos y aun no llevo ni la mitad del problema resuelto, y digamos que esto no llega a buen puerto porque ciertas cosas quedaron demasiado impregnadas en mi esencia como para reemplazarlas de la noche a la mañana, o mejor aun, borrarlas. Fueron tiempos cortos pero intensos. Mis últimos años de historia romántica suelen ser así: meses fugaces llenos de risas y estruendosas peleas que nunca llegaron a buen puerto.

Mientras intento olvidar muchas cosas, me pasa que suelo ponerme a pensar más en otras, como si fueran recuerdos que se resisten a ser olvidados, y cuando más empeño pongo en sublimar tantas sensaciones que flotan en el aire, se me aparecen luego en forma de vívidas figuras en sueños incontrolables que me provocan una enorme tristeza al despertar, al enterarme de lo que ya no está, de lo que no fue y más triste aun, de lo que nunca será. Y en esos días de pena que no puedo evitar ni evadir, no cuento con el apoyo de los más cercanos simplemente porque ya se cansaron de escuchar la misma historieta melancólica que vengo contando hace un tiempo. Están en su justo derecho. Personalmente me aburriría de estar escuchando la misma tonterita cada día. Pero, a mi defensa, debo decir que es absolutamente involuntario, es decir, que no queriendo que suceda, poniendo todo mi empeño para olvidar lo malo, las cosas resultan así igual: así de mal, días bajoneados, noches que parecen más frías, días que parecen no tener sentido, voces de una mujer que ya no está.

Mientras más tiempo pasa, más me preocupo. Más me pregunto por su vida. Más deseo olvidarla de una vez por todas. Más me empeño en evaluar la posibilidad de construir una maquinita que me permita volver el tiempo atrás y evitar escribirle sobre el ping-pong y que se yo que cosas. Más deseo desquitarme con la gente incorrecta. Más deseo querer sonreír al pensar en ella, como cuando piensas en algo completamente superado.

mayo 18, 2011

I


La calle estaba en silencio. El ruido de unos pasos rápidos seguía una sombra grande y delgada. Una luz naranja cubría como un velo espeso el ambiente y a lo lejos se veía un pequeño negocio como una isla en un desierto obscuro. Su luz titilaba al compás de pequeñas polillas suicidas. Se acercó y asomó sus manos sudorosas en el mostrador, que sacó de mangas cubiertas de mucha lana. Hizo un gesto de paz con los dos dedos de su mano izquierda. Con su mano derecha, y casi completamente apoyado en el mostrador, sacó del bolsillo de su buzo un par de billetes verdes que puso sobre la mesa, y sobre estos su otra mano. En la esquina desde la cual venía vio lo que parecía ser dos figuras apoyadas sobre la pared de una de las casas. Se notaba a la distancia que una de ellas, la más grande, abrazaba a la más pequeña, y por algunos instantes no se notaba movimiento alguno. En la acera del frente vio un pequeño perro de color indistinguible subirse suavemente sobre un canasto de basura, y husmear por muchos lados un buen rato. Suspiró. Perdió la mirada en la cafetera que estaba dentro desprendiendo el aroma de un café expreso de medianoche y el sonido burbujeante del agua hirviendo. Extendió su mano con los billetes y al frente le dejaron el café y dos sándwich de jamón y queso. Tomó la bolsa con los panes dentro, y con un café en sus manos emprendió el regreso. Pasó caminando nuevamente frente a las figuras que se fundían en la sombra de la obscura pared, y cuando estuvo a unos metros, sus pasos se hicieron lentos. Miró con detención, casi como buscando reconocer alguna cara en ese conjunto de tonos grises. Una luz descompuesta comenzó a parpadear justo encima de él, que en el siguiente instante se arregló iluminando el tramo en el que se encontraba de pie. Recobró su paso veloz al tiempo en que volteaba su cabeza hacia adelante y abajo nuevamente, pero sus ojos permanecieron girados un par de segundos; Los observó atentamente, y sintió que cuando volteó sus ojos hacia adelante, ellos se acomodaron he integraron nuevamente a la acera. Su mirada ya estaba clavada dos metros adelante y abajo, fundida con la sombra que proyectaba y los accidentes de la ruta. Su café lo quemó y pareció desconcentrarlo de la situación que acontecía a sus espaldas. Sin duda el dolor del agua hirviendo calmó su espíritu, pero en un momento de fragilidad, en un instante, saltando al vacío de saberse haciendo algo indebido, volteó rápidamente su mirada acompañado con la sensación general de un calosfrío, y bajo la luz tenue que había comenzado a funcionar hace unos momentos atrás, no vio absolutamente nada. Las dos sombras besantes se habían fundido en un mar de obscuridad, con una isla en medio que cada vez se veía más lejana, y parpadeante.

mayo 08, 2011

Sentado en el mismo lugar...
Cambié Julio por Mayo.
Te cambié a ti por un espacio vacío.
Cambié un anticucho por un cigarro.
Tú cambiaste a la persona.

Cambié esperar cosas de la gente por vivir el día a día.

mayo 01, 2011

Estaba aquí, de pie, esperando dar lo mejor de mi; estaba seguro que era el único, el que deseaban. Estuve ahí, respirando en frente de tu nariz, apretando mis labios para no morderte, afirmando mis brazos para no abrazarte, diciéndole a mi cabeza que yo ya no era el autorizado. Tratando de entender todo. Con pena de saberme no valioso para tenerte, sintiendo lo afortunado que es él de tener tus besos; y más que eso, la posibilidad de besarte cuando quiera.

Estaba ahí, mordiéndome los labios para no besarte, afirmándome los brazos para no abrazarte, apretándome el corazón para no quererte.