marzo 21, 2008

Al final el final

Estaba pensando que en mi photoblog, el nombre del enlace a este pequeño blog se titula: "mis pensamientos..."
Pensé luego que, por lo general, suelo escribir acerca de mis pensamientos, y de ahí el nombre del enlace.
Hoy dejaré un poco mis pensamientos de lado, pues hay cosas que decantan con el tiempo, y no en un papel.

¿Has intentado alguna vez meterte a un rio, ponerte de frente al sentido de la corriente, extender tus manos y tratar de detener el curso del agua?
La vida es como un rio que fluye sin disturbios, sin molestias, sin permiso de nadie.
De vez en cuando la humanidad intenta bloquear tal sentido vital de su existencia: el fluir.
Pero, ¿Qué sucede cuando el agua se acumula con peligro inminente de rebalse? Las represas deben abrir sus enormes compuertas a la vista iracunda del concreto quien, sin más remedio, debe aceptar que pese a su enorme dureza y tremendo carácter, hay cosas que simplemente no se pueden detener, o al menos, por toda la vida.

Entonces te metes al rio y extiendes tu mano. Pero el agua fluye a través de tus dedos. Se te escapa escurridiza por todos tus bordes y al fin, no la puedes detener.

Me siento en el borde.

Al rato de estar mirando una y otra vez el agua que fluye, de escuchar el chasquido de una cascada metros mas abajo, de ver a la gente nadando en contra de la corriente, algo viene a mi mente...¿Es el amor un continuo de fluidez que no podemos controlar?

Apasionado por aquella pregunta que inundó mi mente...me devolví al campamento y con un cuaderno, con una hojita de papel, armé un barquito, y lo arrojé al rio. Que tristeza la mía de ver que aquel valiente de papel se iba raudo enredado en la corriente a mas no parar.
Pero nuevamente me pregunté...¿No es verdad acaso que los rios van a parar al mar?
Y a los 5 días estaba en la playa, en el sector, en el minuto indicado para ver llegar al barquito a altamar. ¡Que sorpresa la mía! Había cesado de correr por corrientes torrentozas, y se meneaba suave al compás de las olas y del viento. Chocaba y se estremecía con otros gigantes de cartón que compartían su baile, su silencio, su forma, su estilo, su valentía, su resistencia, su humedad.

Entonces esta vez, estaba sentado a la orilla del mar, y ya no había corriente, y ya no había ese flujo en desorden. Ahora veía un oleaje frondoso, calmo, que se extendía por millones de kilómetros.

Me dí cuenta que sin quererlo, había comprendido que las cosas duraderas como el amor tienen que fluir con pasión para luego llegar a un mar de tranquilidad, y provocar roces y bailes y silencios y felicidad.
Y me dí cuenta también al rato, de estar escuchando el silencio de las olas, de ver el pasar de las nubes, de escuchar el chapoteo de los niños en la orilla...que terminé hablando igual de mis pensamientos y que, sin remedio alguno, pensé en todas partes, en cada linea, en cada verso, cada vuelta y en cada dolor estomacal, en ti.

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