enero 23, 2016

El Amante de Sueños.

Se veía bien, no, irrenunciablemente bien. Subió al tren y saludó por la ventana. Levanté entonces mi mano para dar un adiós marchito. Notó mi tristeza y me mostró la mejor sonrisa que encontró entre las que no destruí. Entonces me armé de valor, recordé lo que me había susurrado a mi mismo minutos antes de entrar y le devolví así la sonrisa más grande, cerré mis ojos y levanté la mano a lo más alto, y me despedí con la alegría de quien termina una maratón o sobrevive a la guerra más sangrienta. El tren comenzó su marcha y lentamente me fui sintiendo mejor, muchísimo mejor, mientras desaparecía su pelo entre rieles de metal oxidado. Se relajó mi cuerpo, se calmó mi esencia, se calló mi mente y la sangre comenzó a recorrer más lento mis lugares. Abrí mis manos y descansé en silencio inhalando el vapor de la máquina desaparecida. Una sonrisa perdida me encontraba lentamente.

Entonces, cuando volteé para comenzar a irme, cuando levanté la mirada para ver el camino nuevo y abandonar la estación...ahí estaba, frente a mi, nuevamente.

Fin.